Hay historias que nos rodean y que por distintos motivos no escuchamos, y en muchos casos ni vemos.

Espacios y personas se vuelven invisibles. La dinámica de nuestros días nos imposibilita detenernos a ver, o quizás como mecanismo de defensa para evadir una tragedia ajena que no sume a las propias.

Aníbal es uno de esos eslabones. Reside en una caseta que está en la vía de servicio que conduce a la variante. Intenta humanizar su espacio con adornos improvisados. De pocas palabras, habla de su vida familiar como un hecho muy lejano.

Ahí está, tan cerca, pero no a la vista. No entra en las estadísticas. Sin carnet de la patria, ni trabajo fijo. Sin cuenta bancaria, ni billetera virtual. Sin email, ni Instagram.